domingo, 20 de marzo de 2016

Sentir miedo.

Me encuentro en el bus. Llevo mi cazadora roja. Un hombre se levanta y me deja un asiento. Parece amable. Yo sonrío y le doy las gracias. En cuanto me siento y el hombre pasa su mano suavemente por mi cazadora sé que he hecho mal en aceptar tal acto de educación. Se me acerca y quiere decirme algo al oído. Me alejo y no dejo que me hable, y yo levanto la voz para que todos me oigan. Digo algo como "a mí no me vengas a intimidar". El hombre saca un cuchillo o unas herramientas puntiagudas, no lo veo bien. Me apunta con eso y me dice algo que tampoco recuerdo. Hay revuelo en el bus. Sé que digo  algo para que deje bajar a la gente; pero no soy capaz de escucharme en ese momento. El conductor era amigo de ese hombre. La gente baja. Yo me escabullo. Por lo visto no se dan cuenta. Un hombre ha bajado mi bolso y me lo entrega y otro hombre con dos niños se van rápido, son una niña y un niño. Les pregunto si me pueden ayudar porque no sé dónde estoy.
Me dirigen en una dirección. Yo los sigo. No sé a dónde quiero ir, pero tengo miedo de que los dos hombres del bus me hagan daño. Empiezo a correr cuando me doy cuenta de que los hombres me han visto y q se suben al bus. Sé que van a por mí. Le digo al hombre y los dos niños que corran. Ellos lo hacen conmigo. En el camino algo le pasa al padre de los niños, supongo q es su padre, me quedo sola con los niños y sé que ellos conocen la dirección y les pido que me orienten, lo hacen mientras huyen conmigo. Tengo miedo de que les pase algo. Ambos son tranquilos. Llegamos a un sitio,una calle donde no hay más que casas. Encontramos unos contenedores y nos ocultamos detrás. Nos tumbamos en el suelo. Ellos han detenido el coche cerca y vienen.  Mi corazón se acelera. Estoy dispuesta a enfrentarme a ellos,pero tengo miedo de que les haga daño a los niños. De pronto veo que una chica está entrando por una de las rejas de una casa, que está detrás de los contenedores, deja la puerta semiabierta y y entro a toda prisa y paso a los niños y sin mirar atrás le digo déjanos pasar,por favor,por favor, por favor, mi tono es suplicante. Se sorprende. Cierra un poco la puerta o la cierra por completo, los hombres han llegado a la puerta y yo giro y les grito "quedaos allí!" ni se os ocurra entrar o llamo a la policía".  La madre de la niña también está entrando,  me acerco y le doy un par de besos con mirada suplicante. Ella sostiene un bebé. Les digo que luego les explico. Nos dejan entrar y empiezo a hablar. De pronto veo que están entrando por la puerta que está semiabierta, corro para cerrar la segunda puerta,pero es tarde. Entra uno de ellos con algo en la mano y no me mira, sino que pasa de frente y los niños corren y sé que hace daño alguien,pero no recuerdo a quien, el otro también ha entrado sin mirarme. Sé que si me enfrento a ellos pueden hacer más daño, tengo la sensación de que todo es por mí. Decido salir y buscar ayuda. Las casas vecinas se ven silenciosas,pero salgo, toco timbres,nadie contesta, grito ¡ayuda! Encuentro una puerta abierta y veo una mujer a lo lejos en la segunda planta, pido ayuda, le cuento que en la casa del lado está pasando algo. Me veo contándole todo, desde el principio y me despierto con una sensación de agobio que hace mucho no sentía.
Un sueño en el que siento miedo y huyo de dos hombres. Uno que aparentemente se portó bien conmigo y con quien tuve un mínimo diálogo y otro que casi ni reparó en mí y a quien yo tampoco miré. La mente es interesante. Estoy pasando por una etapa de toma de decisiones. En el sueño hay muchos factores que me llaman la atención. Tres niños, un daño colateral, personas dispuestas a ayudar, yo pidiendo ayuda, personas que no se inmutan frente a los problemas ajenos (los del bus), yo preocupándome por los demás (consiguiendo que bajen los del bus), yo cuidando de los demás (los dos niños), yo huyendo del daño; pero tal vez usando mis propias herramientas (quizá los niños), yo enfrentándome a los que quieren hacerme daño; pero no exponiéndome a ellos. Los sueños revelan muchas cosas de nuestro día a día, de nuestras sensaciones, de nuestras emociones y percepciones. Los sueños que tengo me hacen pensar en aquellas cosas de las que no soy plenamente consciente y me ayudan a ver cosas que no soy capaz de ver.

miércoles, 9 de marzo de 2016

Esa chispa en tu mirada.

Qué ha sido de tu vida en todo este tiempo. No sabía lo que sentiría al verte, te he guardado a buen recaudo y tu recuerdo siempre ha sido dulce y amargo a la vez, grato e ingrato, tierno y cruel. Sí,  en todo este tiempo la ambigüedad que me otorgaba el pensarte vapuleó constantemente contra mí. Ya sé que no entiendes estas contradicciones; pero para mí son paradójicamente compatibles, es lo que hace la experiencia especial. Amar a veces es tiernamente doloroso.  Al principio me regodeaba en el dolor del saberte distante. Necesitaba pensarte. Te dije que tus abrazos eran mi droga, pues, a falta de droga los reemplazos fueron tus fotos, las pocas fotos que tenía, y con cada foto había un recuerdo, y cada recuerdo traía consigo una pregunta, un por qué y cada por qué necesitaba su razón. Y así pasé muchos momentos buscando razones, descubriendo las mil maneras que tenías de pensar para responderme a mí misma. Y hoy te veo y siento que aún te quiero. No he dejado de quererte. Tú, tan especial con tu forma de amar. Te veo bien y aún veo esa chispa en tu mirada. Me abrazas con ese abrazo tan tuyo y recuerdo nuevamente todo. Sin embargo algo ha cambiado, aprendí a estar sola, aprendí a no depender de mis emociones, ni de mis sensaciones. Tú, tan tuyo y tan mío en su momento, me enseñaste autonomía y por eso te quiero. La distancia me ha enseñado que no se puede olvidar a aquellos que te aportan algo tan importante. Te quiero, sí; pero ya no cómo antes. Nunca como antes. Deseo verte bien, de corazón anhelo verte feliz. Te quiero y me siento bien, me siento libre, ¡me siento bien!.
¿Cuántas veces nos hemos enamorado de nuestras emociones? Todo un mundo, toda una tragedia cuando se acaba, ¿verdad?.
Con el tiempo, digo yo, la vida y Dios a través de ella te enseñan a ver las cosas de diferente manera. Aprendes, creces, lo que fue una tragedia se convierte en una pequeña escuela, y a base de tragedias tu espíritu se renueva, se pule, se forja. ¡Qué bonita es la mente y qué compleja!

¡Ánimo con la vida que nos toca vivir! Vivamos todas las sensaciones. Al final, si no nos dejamos vencer, seremos mejores que ayer, de eso se trata.

domingo, 6 de marzo de 2016

Le has llamado cariño

Caminan juntos, en silencio, parecen amigos; pero sus miradas centradas en un punto infinito dice que son algo más; está oscuro aún. Él se acerca y le coge la mano, ella no se inmuta, sigue caminando.
Algo parecido al efecto Doppler, se acercan a mí mientras camino y la intensidad que percibo aumenta cuanto más cerca están y disminuye cuando se alejan; pero me quedo pensando en lo complicado de las relaciones.
-Le has llamado cariño.-Me dice dolido.
-Sí.-respondo.
-A mí nunca  me llamaste así.
-Será que tú y yo nunca tuvimos una relación formal.-respondo fríamente.
-Porque nunca quisiste.
Es cierto lo que dice, estaba enamorado, puede que siga enamorado; pero nunca quise estar con él. Simplemente no me veía. Son esas dicotomías que se viven. Algo en él me atraía; pero no era suficiente. Estuve a su lado sin estar hasta que sucedió algo que me empujó en dirección contraria a él.
El mundo de las relaciones es un mundo complicado cuando se busca estar con alguien por necesidad. A veces somos tan dependientes de nuestras emociones que no podemos estar solos ni por un instante. Y a veces en el camino lastimamos a personas que no merecen ser lastimadas. Y lo hacemos innecesariamente, sin intención; y nos lastimamos a nosotros también, porque generamos un círculo vicioso del que no es es fácil salir. Sin embargo es posible salir. Sólo hay que abrir los ojos y definir si estamos cómodos o no. Si hay algo que no nos convence y es algo realmente importante, pregunto ahora lo que me debí preguntar en su momento ¿Para qué empezar?. Ya sé que es importante vivir; pero a veces llamamos "vivir" a un "sinvivir".
Qué diferente es cuando te cruzas con alguien por casualidad y descubres que es de tu talla, no perfecto; pero hecho a tu medida, alguien que encaja contigo, alguien con quien podrías caminar por la vida cómodamente, alguien que te entiende, a quien tú entiendes, alguien que te acepta, a quien tú aceptas; simplemente alguien con quien te es fácil estar, alguien que, incluso con defectos (que todos los tenemos) es alguien de cuya presencia no quieres prescindir.
A lo que voy es a que es posible, y para que sea, primero se deben dejar esas creencias erradas de que no se puede estar solo. Se puede intentar.

viernes, 4 de marzo de 2016

Miedo encubierto.

-¿Qué es lo que te gustaría hacer antes de morir?
-Inspirar a alguien.-Respondo.-Pero no sé cómo se hace eso.
Y de pronto empiezo a pensar nuevamente, y una imagen viene a mi mente.

Una niña de siete años caminando sola bajo el sol, con su uniforme gris, falda y jersey, chompa se le dice allí. Lleva una mochila marrón hecha de marroquín, se la hizo su madre que trabaja en una fábrica de calzado. Camina hacia su casa, camina con paso firme porque se le puede hacer tarde. Se ve que tiene calor, me acerco a esa niña con mi mente y de pronto soy yo. Tengo calor. Llevo un par de trenzas que me ha hecho mi abuelita por la mañana; pero están casi deshechas, los pelos del flequillo se han soltado y me caen por la cara. Veo pasar los buses, microbuses, combis, custers, por la carretera, yo voy por en medio, ya sólo faltan dos horas que es lo que tardo en caminar cuando decido no subirme al bus. Me dan miedo algunos cobradores, me miran extraño a veces y no me gusta, parece que quisieran hacerme daño, así que prefiero comprarme un sandwich con el dinero del billete de bus e irme caminando. Sola me siento más segura. Todos prefieren ir en bus, yo prefiero caminar. A muchas mujeres les da miedo caminar solas por esas calles y yo en cambio lo prefiero, mucha gente prefiere ir en coche porque así no se cansan y a mí no me importa cansarme a cambio de sentirme libre. No hay nada que mirar en realidad, no sé si pienso en algo, soy esa niña; pero ya no recuerdo qué pensaba, sólo recuerdo lo que sentía. Me siento bien. Ah, pienso que mi abuelita se va a enfadar porque llego tarde del colegio y estoy sin comer y sé que la escucharé y cuando me canse le diré que se calle y ella se enfadará más porque le habré faltado al respeto y me dirá cosas duras; pero yo pasaré de ella. Ya sé lo que va a pasar; pero no me importa. Y tampoco le contaré que en los buses esos a los que subimos hay hombres cochinos que yo he visto que le levantan la falda a las chicas y que las tocan. Y tampoco le diré que una vez un hombre de esos, viejo y feo, con las manos ásperas me levantó la falda a mí y me tocó y que yo no pude decirle nada, no sé por qué; pero que me dio tanto asco y rabia que cuando veo un bus lleno no me subo ni loca y prefiero caminar. No se lo diré porque no me entenderá. Sigo caminando sintiéndome segura, quizá es mi confianza infantil en Dios. Es lo que la vida me regala.
Yo aprendí a temerle a los hombres, sin embargo no me gustaba que se dieran cuenta, una vez un taxista me preguntó si no me daba miedo quedarme sola en el taxi, puesto que habían muchos hombres que podían hacerme daño (mi madre se había bajado antes), sentí que me recorría un escalofrío de la cabeza a los pies y pensé que quizá él quería hacerme daño, entonces muy segura; aunque con el miedo latente escondido tras esa seguridad, le respondí: "No, porque la comisaría está cerca de mi colegio y yo podría gritar y además Dios me cuida". Aprendí a que no siempre podía contar con los demás, que las personas no te iban a defender, que estaba sola, y eso que contaba con mi madre, mi abuela, mi tía, mi tío; pero tenía esa sensación de que no les importaba, de que molestaba. Nunca pedí nada. De hecho, hasta ahora, soy más de ayudar que de pedir; aunque he trabajado bastante y he crecido mucho a nivel personal. Pienso en esa niña y pienso en mí ahora. Podía haberme quedado sola, herida por las circunstancias, enferma de depresión, (que también la tuve), rabiando por todo sin saber por qué; pero no. Crecí. Maduré. Y he aprendido tanto y sigo aprendiendo tanto, que es verdad que deseo inspirar a alguien, si mis historias ayudaran a una persona, sólo en un área de su vida, o sólo le arrancara una sonrisa por un momento, si alguien decidiera cambiar sus hábitos, su conducta, si alguien llegase a creer que es posible cambiar leyendo algo de esto, me daría por satisfecha y moriría feliz. En fin...eso, algo más para compartir.


jueves, 3 de marzo de 2016

Perdonando. (Un poquito de odio IV).

Ser creyente o no es una decisión personal que puede estar condicionada por tus propias experiencias.

Me arrodillé en el rincón de mi habitación, mi hermana dormía en la parte alta de la litera porque yo madrugaba para irme al trabajo y ya era muy tarde. Habíamos tenido una nueva bronca con mi padrastro, como siempre le había deseado la muerte. En mis recuerdos, a veces solucionaba todo matando a las personas en mi mente, no matándolas yo, sino, mediante un accidente, o una simple noticia, "ha muerto", entonces lo pensaba y sentía alivio, porque como ya "había muerto" la vida cambiaría para mi madre, mi hermana y yo, y si la vida cambiaba para nosotras, también cambiaba para los que nos querían y sufrían viendo lo mal que lo pasábamos con tanta intransigencia. Pero cuando dejaba de imaginarme que "había muerto" todo seguía igual, entonces empezaba a desear que fuera cierto. Esto se acompañaba con un ímpetu interior cada que esa persona pasaba por mi lado. Me hervía la sangre, se me aceleraba el corazón, se me tensaban las mandíbulas, se me aceleraba la respiración, y si esa persona hubiese sido del tamaño de una cucaracha la hubiera pisado sin compasión más de una vez, y si hubiese sido más pequeña que yo, la hubiese torturado hasta que pidiera perdón. Pero ni era del tamaño de una cucaracha, ni era más pequeña que yo, y lo peor, lo que peor llevaba era saber que a pesar de lo mal que nos trataba, Dios también lo amaba; aunque sabía que Dios no aprobaba su trato para con nosotras, sabía que yo no podía luchar contra ese amor tan grande que Dios le tenía. Le odiaba, odiaba a ese hombre, el único ser que he odiado. Y me odiaba a mí misma por odiarle. Así era yo. Loca. No tenía sentido,¿no?. Odiarme por odiar a alguien que nos estaba machacando; pero así era. Así que un día cuando toqué fondo, no recuerdo si tenía dieciséis o diecisiete caí de rodillas y oré: Dios, si tú existes y es verdad lo que la biblia dice de que nos amas a todos a pesar de nuestros actos, por favor haz algo que yo no puedo hacer. Dios, haz ese milagro, tú dices que si pedimos de acuerdo a tu voluntad y con fe, tú respondes las oraciones ¿no?, pues yo creo que te pido de acuerdo a tu voluntad y quiero ver ese milagro porque no aguanto más.-Mientras le decía esas cosas a un ser que no veía, pero en el que creía, las lágrimas me rodaban por la cara y recuerdo que lloraba tanto que la parte delantera de mi pijama terminó mojada.-Dios, de verdad, deseo que se muera porque nos hace daño, nos dice cosas hirientes, y nos trata como si fuéramos sus esclavas, y no me parece justo, no me parece justo; pero siento que todo el odio, esta cosa que siento por él ni siquiera le roza, ni cuenta se da de todo el odio que le tengo y cada que lo veo y anhelo que le pase algo desgraciado, la que lo pasa mal soy yo. Y sé que no está bien odiarle, porque sé que tú no deseas eso y yo deseo ser una buena creyente, una buena hija tuya. Por favor, demuéstrame que eres real, que puedes hacer algo por mí. Me hablan mucho del perdón; pero soy incapaz de perdonarle, sobretodo porque sé que mañana todo seguirá siendo igual. Pero estoy mal y quiero estar bien. ¿Y sabes qué? No me pienso levantar de este rincón hasta que tú hagas algo. Quiero sentir paz. Oré y oré, no recé oraciones conocidas de memoria, le dije a Dios todo, absolutamente todo lo que sentía.
No sé qué sucedió en mi mente. No sé cómo lo hizo Dios. (Sí, así soy yo, creyente). Pero hubo un momento en el que sentí tanta paz, tanta tranquilidad en medio de tanto dolor, que tuvo que ser un milagro. He ido a sesiones de terapia posteriormente, después de mis treinta años y nunca he vuelto a vivir esa experiencia tan gratificante de esa manera tan espectacular.
Cuando me levanté de aquella experiencia tras esa oración tan larga, lo primero que hice fue pensar en lo último que había odiado ese día de ese señor. Busqué mi odio, porque mi odio y yo éramos uno desde hacía mucho tiempo, y no lo encontré. Me esforcé. No lograba creer del todo qué había pasado. Sí, yo había orado por paz; pero no me terminaba de creer que pudiera estar sintiéndola en ese momento y de esa manera. No estaba. Mi odio había desaparecido. 
Todo cambió a partir de ese día y hasta hoy. Él siguió siendo el mismo. Bueno, tras más de veinte años, obviamente ha cambiado mucho; pero nunca más volví a sentir la aversión que sentía por él. Esa experiencia me enseñó a ver su humanidad y a pensar en sus carencias también. Desde entonces miro a las personas de verdad, no las miro por lo que hacen, sino a través de su dolor escondido, sus miedos, sus fracasos, las miro a través de sus emociones heridas. Las miro como siento que Dios me miró y me mira a mí. A ver, no me las doy de ser la madre Teresa ¿vale?, ni Jesús de Nazaret; no es que ame desmedidamente a las personas, obviamente, todos tienen cosas que me gustan más o menos, tampoco es que sea alguien hipersocial, no. De hecho me considero un poco antipática a veces, jeje; pero suelo entender las emociones de las personas y me gusta hablar de ello.
Lo que digo, entender nuestro pasado, a veces nos ayuda a saber cómo hemos llegado a donde hemos llegado.

miércoles, 2 de marzo de 2016

Un poquito de Odio III.

El día que me escapé de casa, creo que fue el día en que mi madre se enfrentó a él. No lo sé. Habían pasado ya muchas cosas en esa casa. Cierto día se enfadó tanto conmigo porque tiré la puerta, que vino tras de mí dispuesto a golpearme. Yo entré en la cocina y no estaba dispuesta a dejar que me golpeara, me encontraba sola frente a un hombre injusto que no era capaz de entender ni en lo más mínimo todo el daño que estaba haciendo. Así que para defenderme y no permitir que se me acercara mucho le demostré que era capaz de cualquier cosa con tal de evitar que me golpeara, cogí un cuchillo y lo mostré, mis mandíbulas se cerraron apretando con fuerza mientras que balbuceaba con rabia aún contenida, porque no quería hacerle daño, "no te me acerques, no te me acerques". Se suponía que debía sentir miedo, y cuando vi que lo único que quería era quitarme el cuchillo, sentí más rabia aún, blandí el cuchillo en alto y corté el aire haciendo un ademán de arriba abajo, él no sentía miedo, me quería agredir igual, y yo no estaba dispuesta a permitirlo. En ese momento llegaron mi madre y mi hermana, mi madre frunció el ceño; pero no dijo nada, mi hermana se puso a llorar; pero al menos ella atinó a coger del brazo despacio a su padre y pudo llevarle a su habitación, me quedé en la cocina sola con mi madre; aún empuñaba el cuchillo, en ese momento me di cuenta de que me había hecho un corte en la palma de la mano, no sentía dolor; pero empezaron a temblarme las piernas como nunca antes, sentía el paso de la adrenalina por todo el cuerpo, empecé a sentir el corazón en la cabeza, y fue en ese momento cuando mi madre me dijo: Vas a destruir en un momento lo que me ha costado años construir. No sé qué me dolió más, si lo que me dijo y lo que interpreté como la más grande incomprensión por su parte, o el hecho de darme cuenta de que estaba luchando sola contra la pared. Ese día o al día siguiente empecé a desear con vehemencia que su marido se muriera, ya lo había deseado antes; pero ahora era un deseo, un sueño, una plegaria.
Los días posteriores fueron días de un ambiente tenso; pero silencioso, hasta que se volvió a repetir una demanda por su parte y una incriminación hacia mí por lo mala que era. Ese día le dije con mirada de odio: Ten cuidado con lo que comes, porque puede tener veneno.
Yo era la que cocinaba en la casa, y la verdad es que nunca se me había pasado por la cabeza herir, ni envenenar a nadie; pero cada vez estaba más harta de sus maltratos y como no sabía comunicarme de otra manera, hacía lo mismo que hacía él, amenazar.
Qué mierda de vida, pensarás. La verdad es que eso no se contempla en el momento en que lo vives, lo contemplas después, cuando eres mayor y empiezan a interesarte los por qué eres como eres y esas cosas. Han pasado más de veinte años ya. Las cosas, obviamente, gracias a Dios cambiaron, y siguen cambiando en mi vida y eso es lo interesante. Saber de dónde vienes te ayuda a saber hacia dónde puedes ir. Yo sólo digo que "cambiar" es posible, no cambiar a los demás, sino cambiarte a tí mismo y algunas de tus circunstancias también. Al menos inténtalo, si no lo haces nunca sabrás qué pudo ser diferente.

martes, 1 de marzo de 2016

Un poquito de Odio II.

Eran las nueve de la noche, mi madre, mi hermana y yo mirábamos la tele a esas horas; aunque sabíamos que en cualquier momento llegaría él. Nos reíamos, hablábamos, lo pasábamos bien juntas. Mi hermana era muy divertida y ocurrente. Y justo cuando nos olvidábamos de él, sonaban las llaves de la puerta de abajo. Las caras nos cambiaban, a mí se me aceleraba el pulso, mamá se metía en la cocina y mi hermana y yo nos quedábamos quietas en las sillas viendo la televisión, fingiendo que no pasaba nada. Él entraba por la puerta, decía buenas noches y si no contestábamos, o hablábamos bajito, nos espetaba, sobretodo a mí lo mal educadas que éramos. Paso seguido se dirigía a su habitación y cuando pasaba por el lado de la tele cambiaba el canal, le daba igual lo que estuviéramos viendo, entonces yo me enfadaba; aunque era su rutina y ya lo sabía, me molestaba en sobremanera esa falta de consideración con nosotras, no le decía nada; pero a veces se me escapaba un leve ruidito que hacía con la lengua y los dientes y entonces se montaba una discusión que nunca terminaba y sólo empeoraba el ambiente. Él empezaba lanzando algún que otro argumento para que yo no viviera bajo su techo, como que yo no era su hija, o que era una respondona, malcriada, etcétera y yo ya estaba harta de sus repetidos y cansinos discursos. Ya sabía que no era su hija, todos lo sabíamos, lo sabían todos los vecinos, toda la ciudad, todo el mundo, y a mí me sonaba a hipocresía cuando luego me presentaba como su hija para no tener que dar explicaciones. Todas las noches de lunes a viernes eran igual. Bueno, los viernes llegaba más tarde porque se iba saliendo de trabajar a tomar cervezas con los amigos y no sabíamos en qué condiciones llegaría. ¿Has vivido eso? Si has vivido algo parecido, lo debes entender. Yo sé que mi madre con esa situación aprendió a quedarse quieta, no hablaba, dejaba de ser ella misma, la que yo había conocido cuando era más pequeña y minutos antes de que él llegara se evaporaba. Sinceramente, ya no recuerdo con exactitud cada cosa que pasaba; pero no me gustaba ver anulada a mi madre delante de él. Mi hermana también adoptaba una actitud complaciente. Yo en cambio era la rebelde, la que se negaba a bajar la cabeza, la que se negaba a servirle como si fuera su empleada, no sé de dónde me salía eso; pero siempre discutía sus razones con él. Aprendí de él mismo, supongo, o quizá viendo que mi madre y mi hermana se achantaban, en el fondo sentía que debía ser yo la fuerte, o quizá tanto tiempo caminando sola por las calles de regreso a casa del colegio me habían enseñado a ser un poco independiente y me negaba a vivir bajo el yugo de alguien. El caso es que con tantas repeticiones de este cuadro día tras día, empecé a desear primero que ojalá no llegara a casa, que le pasara algo por el camino, luego empecé a desear que se muriera. Conforme pasó el tiempo mi deseo se volvió cada vez más fuerte, porque no sólo era eso. Hacía llorar a mi madre, la que lloraba en silencio, ese cuadro me desgarraba, y aún ahora, mientras escribo, recuerdo esas emociones. Pero el colmo fue cuando vi llorar a mi abuelita por su culpa. Otra mujer que callaba. No entendía, no entendía por qué no se defendían. A veces no sé qué llevaba peor. Si éramos cinco mujeres contra un hombre, ¿por qué sólo yo me rebelaba contra su forma de ser?. Me negué, siempre me negué a resignarme ante esa situación.

Un poquito de odio I.

Las seis de la mañana, me he levantado para ir a trabajar hace más de media hora; pero no puedo hacer el amago de hablar sin sentir dolor. Suelo despertarme contenta; y aunque hay días que preferiría quedarme en la cama,no por eso dejo de estar contenta.Ya sé que soy seria, que hablo poco y que no sonrío por todo. Pero me siento contenta. Bueno, hoy menos contenta porque he tenido que decir que no iba a trabajar, y una decisión así siempre es incómoda para alguien, y no me gusta incomodar; pero a veces pensar en uno puede molestar un poquito a los demás. Y no es que sea cantante, que ya me gustaría; pero mi trabajo requiere mucho de la voz y como le meta caña a mis cuerdas vocales hoy, seguro que me quedo muda tres días por lo menos.
¿A quién le importa mi vida o lo que haga con ella? A mí y seguro que a un par de amigos. Y ¿por qué la cuento? Porque en algún lugar, seguro que habrá alguien a quien algunas de mis historias le haga pensar en algo, en lo que sea, con que ayude a pensar a mí me vale.
¿Que son historias tristes la gran mayoría o sin sentido algunas? Bueno, en la vida hay para todo, y de todo hay que aprender. No te angusties si tu historia no es la más bonita. Alégrate porque aún con una historia no tan alegre estás donde estás.
-Lo odio, quiero que se muera. Si no fuera cristiana le echaría veneno en la comida.
-Y de qué te serviría, te irías a la cárcel.
-Pero al menos ya no estaría para hacernos daño. Y en la cárcel dicen que también se puede estudiar. ¿No?
-Sí, pero ¿te sentirías mejor haciendo algo así?.
-No sé. Pero es que me da tanta, tanta rabia de que sea así.
Soy del grupo de raros que han odiado a alguien. No fue fácil vivir así. Y sé lo que se siente. Puedo definir muchas sensaciones al respecto porque lo viví muy intensamente, porque el odio es así, intenso, vehemente, como el agua en ebullición, y porque siempre he sido justiciera. Nadie fue a la cárcel, y menos a la tumba, ni al hospital, ni a un psiquiátrico, ni siquiera al psicólogo. ¿Que qué pasó? Bueno, ya os lo contaré. Y el que quiera probar, podrá hacerlo.

En pocos segundos.

Al fin he podido parar, sentarme y pedir un café.  Tengo mil cosas que pensar. Quizá ninguna importante, tal vez todas. Me relajo, pienso, me encanta hacerlo. Entonces, sucede.


-¡Dios! ¡Qué es eso! ¡Corre!¡Escóndete!-me grita una voz interior alarmada- y eso hago, meterme debajo de la mesa como si allí fuese a estar segura.


Es mi voz, quien ha gritado en silencio soy yo, oigo... ¿gritos?, ¿son disparos?

¡Son disparos!

No puedo pensar con claridad, ya lo hace mi corazón por mí, habla, late, late tan fuerte que creo aquel hombre me va a oír.

-¡Dios! ese hombre lleva un arma.
 ¡Dios! ¡Qué hago!¡A dónde voy!? ¡Que no me vea!


Mis ojos miran con urgencia algún rincón donde estar más protegida.
Han pasado ¿cuánto? ¿diez segundos? Siento miedo; pero no me bloqueo, mis piernas están dispuestas a correr si hace falta, estoy alerta, con el corazón en la mano; pero... ¡a dónde!. Sigo buscando con la mirada.

Dicen que cuando te enfrentas a la muerte toda tu vida pasa por delante; pero yo sólo pienso en huir.

No sé lo que pasa y en este momento no me importa. Tengo que llegar a casa, voy a llegar a casa.  Pero…pero….

-¡No, no, no! Viene hacia aquí, ¡viene hacia aquí! ¡Dios mío! -(y puede que ni crea en Dios).

¡Quiero llorar; pero mi corazón no me deja, sólo me grita: ¡quieta!- a la vez que late más a prisa, más rápido y todos mis músculos han obedecido.

Ya está.
¿será mi hora?.

-No te muevas-me grita la vocecita-Quieta.

Mi corazón se ha detenido, mi mente se ha puesto en blanco y por tres segundos he cerrado los ojos y apretado la mandíbula junto con los puños esperando resignada el desenlace, quizá el ruido del disparo, o el dolor en alguna parte del cuerpo.

-¿Me disparará en la cabeza?

Y pasan los tres segundos y no siento dolor ni oigo el ruido del disparo; sólo he oído el chasquido de algo, de eso que no quise mirar, del arma.
Y ahora sólo escucho el barullo de las voces. No entiendo que pasa y con miedo abro los ojos y veo.

-¡Se está yendo! ¡Dios, se está yendo!.

Mis músculos se relajan rápidamente y mi mente conecta con la nueva realidad, mis piernas cobran fuerza y temblorosa y taquicárdica, agachada huyo del escenario donde hace unos segundos un hombre, ese hombre me apuntó con un arma. No puedo creerlo, no sé qué sentir. Emoción, alegría, esperanza, fe. Aún no soy capaz de procesar todo lo que he vivido en pocos segundos.

Mañana la policía dirá que fui la más afortunada y puede que más de uno piense en lo que se debe sentir. Pero una cosa será imaginarlo, otra muy distinta es vivirlo. Eso o que me despierte y descubra que ha sido solo sueño.

Saber sufrir.

Miro por la ventana del bus lo más lejos posible. Me siento mal, me desespero porque no puedo respirar. Tengo ocho años, desde hace aproximadamente dos años padezco de asma bronquial. Me siento resignada, no pienso en nada más, sólo en que quiero llegar al hospital porque allí no sólo huele a limpio, que es lo que menos importa ahora que me ahogo, sino porque allí me ponen un medicamento que me hace respirar bien; y lo de que huele bien, me gusta, me gusta estar en el hospital también. Pero yo no busco enfermarme para estar allí, simplemente me enfermo y me suena el pecho. La gente entra como ganado al bus. Me ahogo; pero percibo los olores, siento asco, mucho asco y quiero vomitar. Es el esfuerzo respiratorio, pero eso lo sabré más adelante. Mi abuelita está conmigo, es la que más me acompaña al hospital, cada mes estoy ingresada unos días, o quizá son dos veces al mes. Las enfermeras me conocen y me tratan bien, los médicos también me conocen. Mamá irá a verme por la tarde, cuando salga de trabajar y los médicos le echarán la bronca por no haber venido conmigo.
 Me comienzan a dar arcadas, el cobrador del bus me dice que baje, que le voy a ensuciar todo, y yo me niego, el siguiente bus tardará veinte minutos en salir y yo quiero llegar lo antes posible al hospital, mi abuelita me dice, bajemos y cogemos el otro, y yo me pongo a llorar y le digo que no, y le pido una bolsa. No me importa molestar a la gente si a la gente no le importa mirarme con asco. Lo que quiero es estar bien, la gente me da igual. Aunque algunos me miran con pena. Bueno, la verdad es que me da vergüenza, miro poco a la gente; pero me he topado con un par de miradas y otras veces igual.
El bus sale, el conductor está enfadado porque la gente se puede quejar, a él también le da igual que yo me esté muriendo, porque se me adormecen los dedos de los pies y de las manos, me falta tanto el aire que sólo quiero dormir; pero no puedo dormir porque no puedo respirar, por momentos siento que me voy a morir en cualquier ratito, y lloro, lloro porque no me quiero morir, quiero a mi abuelita, no quiero dejarla sola y no me quiero morir porque los niños no se deben morir y lloro porque me siento mal y los niños lloran cuando están malitos. Por favor, sólo quiero estar bien.
Llegamos a una parada y tenemos que bajar, coger otro bus y luego otro y caminar unas cinco calles que siempre se me hacen eternas de los largas que son. Pero cuando veo la parte alta del hospital de la Seguridad social Edgardo Rebagliati Martins me lleno de esperanza , porque ya falta poco, tengo las uñas de las manos oscuras, así se me ponen las manos cuando estoy mal, tengo que parar cada dos minutos porque me canso y mi abuelita también se cansa de llevarme en la espalda cuando lo hace. Ella me mira con cara de preocupación siempre que me enfermo. Nunca me ha dicho que me quiere, yo escuché que esas cosas se dicen por la tele en las novelas; pero debe ser que sólo se dicen en las novelas. No lo echo de menos, porque no sé lo que es escucharlo. Pero sé que eso que ella hace lo hace porque soy importante para ella.
En fin, ya llegamos, tengo que esperar, hay otros niños que también están enfermos; no pasa nada, ya estoy allí, cinco minutos seguro que sobrevivo.

Esa era yo, y como esa, más historias que me dieron CAPACIDAD DE AGUANTE. Aunque en situaciones demasiado tensas, sobre todo relacionadas con las salud mi inconsciente recuerda estas sensaciones y a veces me pueden; pero ya lo sé, ya me conozco y lo controlo. Y ya no tengo asma, llevo quince años asintomática y cuido mucho mi salud. No tengo necesidad de llevar un inhalador conmigo y por lo demás tengo mucha fuerza para vivir.



Es posible ser tu mejor versión

"CADA SER ES UNA ESENCIA DISTINTA".

Espero que a través de este blog, alguien pueda vivir unos instantes de introspección conmigo.

"Eres único/a, un reflejo de Dios en este mundo, comparte todo lo que tengas, recibirás con creces; ama, no dejes de amar; aunque sientas que no te aman; vive intensamente, crece libre, siente paz; la vida es hermosa aun con sus perplejidades.

Tampoco olvides: En cualquier situación siempre serás importante para alguien".



Pensamientos

Datos personales