Trabaja en un centro para drogodependientes.
La rutina la
envuelve tranquila, serena, segura, como suele ser la mitad del tiempo. Nada
fuera de lo común después de la sobredosis de las once, incluso la usuaria que
entra a las tres de la madrugada parece poco distinta al resto de gente; no
obstante es nueva, y eso sí que llama la atención. Cuando viene alguien nuevo se nota.
De
pronto nace en ella o en su otro yo el deseo de hablar con la
nueva. Se levanta de su asiento, sus compañeros están hablando de
política. Se acerca a la chica midiendo primero el tiempo, luego las formas,
observando cada uno de los movimientos en su nuevo objetivo, se
ve seria; pero en el fondo sus ojos rezuman angustia, tristeza. Sí,
se dice a sí misma, puede que yo haya sentido lo mismo alguna vez. Se
anima, le sonríe a la chica nueva y le hace algunas preguntas, todas de tipo profesional,
preguntas simples, la nueva se llama Ana y contesta desesperada.
-Hace
un año no consumo por vena- le dice Ana -¿Me
puedes ayudar?.
Raissa
le sonríe, empatiza con ella, con su necesidad, siente pena; pero sabe que no puede hacer mucho como médico, y
menos en los pocos minutos que le otorga la usuaria, así que decide simplemente
ser persona.
-¿Qué
has bebido?
-Ron,
me han invitado un poco los colegas.
-Eres
una chica guapa, ¿por qué estás aquí?
-Es
una larga historia- contesta rápido- no daría tiempo ahora.
-Si
quieres puedes resumir, yo escucharé lo que me quieras contar.
Raissa la mira sintiéndose un poco incómoda porque no sabe qué cosas puede
contarle la nueva; pero como ha decidido ser sólo persona, se relaja y le
sonríe.
-Yo
era profesora de matemáticas, ¿sabes? era muy inteligente. Y además pertenecía
a una buena familia. Mis padres han intentado ayudarme; pero no me entienden.
Seguro que no me crees. Nadie me cree.
-¿Has
hablado con muchas personas de ésto?
-No
con muchas, la gente no te sabe escuchar, sólo te dice lo que debes o no debes
hacer, como si fuera tan fácil. Ellos no saben por lo que yo he pasado y creen
que señalándome un camino lograrán que cambie de la noche a la mañana, como si
fuera cuestión de sólo querer. Claro que quiero dejar las drogas, llevaba sin
consumir un año por vena; pero lo he visto. He visto a mi hijo.
En
silencio, mientras escucha a Ana, su mente empieza a divagar en la frase
“ellos no saben por lo que yo he pasado” y por un instante recuerda aquel
primer y único intento por dejar de existir, cuando no soportaba la idea de seguir viviendo, simplemente no podía
controlarlo, todo carecía de sentido.
-Creo
que tú tampoco lo entiendes- La voz de Ana llama su atención.
-No
creas, caras vemos, corazones no sabemos-dijo sonriendo-. Dime ¿por qué al ver a tu hijo te ha vuelto la ansiedad de consumir por
vena?-preguntó Raissa, haciendo el esfuerzo por recordar lo que le había
contado hace apenas unos segundos.
-He
perdido a mi hijo. Me lo han quitado- y las lágrimas empiezan brotar a
borbotones; pero se controla y sigue
hablando. Le cuenta una historia triste que empieza mal y acaba mal.
-Ana,
siento mucho no poder comprenderte del todo, yo no he vivido las cosas que tú
has vivido. Yo no he perdido un hijo. Pero si quieres volver a verle, sabes que
esto no es lo que necesitas. No puedo hacer más que escucharte, y mi forma de
ayudarte es recordarte que dentro de tí existe algo que es más fuerte que las
drogas, sobretodo porque llevas sin consumir mucho tiempo, se llama fuerza de
voluntad, búscala, esa fuerza es la que puede ayudarte. Y "no sólo el esfuerzo
es importante, también lo es la paciencia". Sé que nada se soluciona de un día
para otro; pero te animo a pensar en aquello que más quieres, tu hijo.
-Lo
sé, sé que si consumo hoy me voy a enganchar de nuevo- y no para de llorar-pero
me han quitado lo único que yo amaba y no tengo fuerzas.
No
sólo el esfuerzo es importante, también lo es la paciencia, piensa Raissa. ¿Lo
he dicho yo?-se pregunta en silencio. Y esa frase cala hondo en su mente, no,
no lo ha dicho ella, lo ha dicho su otro yo, y ella también necesitaba oírlo,
es verdad, y es que hace unos días había vuelto a pensar en que necesitaba
dormir, dormir; pero no como siempre, sino dormir para no volver a despertar.
Nadie más conoce sus pensamientos.
-No
sé qué decirte, Ana, la decisión es tuya.
Allí
mismo, en frente suyo hay una chica nueva que demanda su atención, "los
borrachos no mienten", piensa, aquella joven ha clamado ¡necesito cariño!,
¡necesito aceptación! ¡no necesito drogas!, Raissa quiere llorar, quiere decir
lo mismo, ella también siente hambre de cariño; pero
calla, no es el momento. Ana se levanta de la camilla, está a punto de irse,
no han hablado mucho, quiere quedarse; pero un amigo la espera.
-Me
has tratado como a una persona, no como a una yonqui-dice Ana con la mirada en el suelo.
-Es que eres
persona.
Raissa
la entiende en su necesidad y piensa que ella también tiene sus drogas, y sólo
cuando las usa se siente bien, más que bien. Sólo cuando usa sus drogas su
mundo cambia y con su mundo, ella. Recuerda el último vestido que estrenó y su
lencería de seda, piensa en su colgante de Swarosky, en su brazalete a juego, en ella
frente al espejo. Esa es una de sus drogas.
-Piensa
en tu hijo, hazlo porque él te necesita.
-Por
el estoy dispuesta a dejarlo todo... Eh, una cosa más-y las lágrimas saltan de
nuevo de sus ojos- ¿puedo abrazarte?.
-Claro,
mujer.
Ana se va, no ha entrado a las cabinas, no ha consumido droga.
La
noche se lleva el rastro de la chica nueva, y el corazón de Raissa se
siente ligero, algo ha acontecido, alguien le ha hablado: Raissa, no sólo el
esfuerzo es importante, también lo es la paciencia. Quiere llorar; pero no de
tristeza sino por todo, pero no llora, sonríe porque alguien ha sonreído por un segundo sintiéndose aceptada, y ha
sido ella quien lo ha propiciado, las lágrimas corren por dentro, la
ambivalencia se desata, sentimientos de ternura y complicidad para con la nueva
que acaba de salir del centro, rabia y soledad porque esa es su realidad; y a
la vez un sentir que hacía días no tenia, el de utilidad. Alguien la ha
abrazado esa noche, ha sido un abrazo escueto e insulso, temeroso; pero un
abrazo al fin y al cabo, y hace mucho nadie la abrazaba de verdad con gratitud ni sin
ella.
Quedan
pocas horas, al salir de guardia, dormirá como un lirón y la noche siguiente,
que es su noche libre, quedará con alguien nuevo que acaba de conocer por el
amigo de un amigo, irán a algún restaurante bonito y lujoso. Su nuevo vestido
rojo la está esperando en el armario junto a la lencería de encaje nueva que aún no ha estrenado. Se pondrá
aquel vestido con corte de sirena, que
dejará mostrar sus atributos de mujer, hará uso de su encanto, aquel encanto
que sus compañeros no conocen, explotará su lado sexy intentando cautivar a su
acompañante, sólo porque eso le da poder, sólo porque en esos instantes ella
toma el control de la situación.
Sí,
quedará, se subirá en esos tacones que le añaden quince centímetros a su metro
setenta de estatura y vivirá una vez más el saberse deseada. Caminará
contorneando sus caderas con el grácil movimiento de los felinos cuando se
aleje hacia el baño, cuando camine hacia el bar o mientras suba las escaleras.
Nuevamente será una diosa. Esa es la
droga que le otorga placer. La mezcla de las diferentes sensaciones que vive en
una noche de despilfarro de feminidad. Esas sensaciones son su heroína y su cocaína.